













































































Probablemente el viaje más esperado de nuestras vidas: 20 días explorando un país mítico, disfrutando de una cultura que nos había marcado desde pequeños. El país del ramen y el sushi, del te matcha, de los samuráis y los templos escondidos entre montañas. El país de la fotografía, el anime que veíamos de pequeños, de Digimon, de Final Fantasy y los videojuegos que nos robaron tantas horas felices, la tecnología que siempre parecía venir del futuro y hasta el mundo del tuning con sus coches imposibles. Pero también es el país de Fujisan, los jardines silenciosos, los torii rojos que parecen portales a otra dimensión, los bosques de bambú que crujen como si hablara un espíritu, los templos donde el tiempo se detiene. Luces de neón y meditación, robots y geishas, rascacielos y santuarios. Nuestra aventura nos llevó a descubrir Osaka, Nara, Kioto, Tokio, Kawaguchiko, Nagano con Matsumoto y Shiojiri, Kanazawa, Komatsu y Fukui. Para nosotros, Japón fue mucho más que un destino: fue ponerle cara a todos esos pedazos de cultura que nos acompañaron de niños y descubrir, al mismo tiempo, ese lado más espiritual y tranquilo que lo convierte en un sitio único.